Ana llega a clase de meditación y nos confiesa que tiende a preocuparse por el bienestar de sus hijos, por su estado financiero, por el devenir del planeta, etc. Ana es tan solo un ejemplo. A diario nos vemos desbordados por pensamientos y emociones que nos abducen y a los que damos demasiada credibilidad por no comprender correctamente nuestra maquinaria psicológica, interfiriendo en nuestra bienaventuranza.
En el aula comenzamos sentados en una posición cómoda que nos permita fijar la atención sobre alguna sensación floreciente, por mediación de la respiración, los sonidos o cualquier otro elemento, observamos en ese preciso momento cómo se comporta nuestro castigado cerebro. ¿Cuál es su labor y cómo podemos nutrirlo? ¿Por qué surgen y se desvanecen los componentes mentales con tanta facilidad y cuánto nos afectan? ¿Cómo podemos transformar nuestro estado anímico?
Entrenar “el músculo de la atención" no requiere interminables horas sentado en la posición del loto, podemos practicar en cualquier lugar en el que nos encontremos.
¡Desde luego! La atención es una capacidad inherente al ser humano, solamente requiere aprendizaje y compromiso.
Dando por hecho que vivimos dentro de una sociedad cambiante, incongruente, acelerada y psicótica, es imprescindible tener una relación estable con uno mismo. Tan importante es aprender a reflexionar en la dirección adecuada como a vaciarse, es por esto que la meditación nos brinda la oportunidad de acallar la marabunta de voces, el ruido caótico que en ocasiones sufrimos. Por esta razón las anomalías psicológicas más comunes que padecemos y podemos erradicar son: estrés, ansiedad, depresión, culpabilidad, angustia o insatisfacción.
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(1) Para saber más sobre este tema véase:
⦁ Dr. Mario Alonso Puig, Tómate un respiro: mindfulness, Espasa, 2017.
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